Hoy empieza a ir al cole una niña rumana que conozco. Acaba casi de llegar y su español no es muy bueno. Sin embargo, ella me ha hecho pensar mucho ultimamente. Su nombre es Cuestika (creo que se escribe así), sin embargo, tanto ella como su madre, han renunciado a su nombre original y ahora responde al nombre de Antonia. Cuando preguntas por qué ellas dicen: No quiero que sepan que soy de fuera, quiero ser de aqui.

A mi tambien me pasa. El nombre que me dieron mis padres lo utiliza muy poca gente, en realidad los nombres que utiliza la gente son otros. En mi caso es diferente, mi nombre, el nombre que yo me he puesto, suena raro y artificial para una mujer: Lui, (cuando trabajaba todo el mundo lo asociaba a Luis y se le quedaba la cara rara cuando me veian a mi), sin embargo es mio.

Y es que aunque parezca una tontería, un nombre es algo fundamental. El nombre es en realidad el dador de vida, porque sin nombre, no hay existencia. Sin nombre no hay posibilidad de ser llamado, de ser querido. Cuando en la tele salen los "sin-papeles" (calificativo horrible para calificar a personas, una persona nunca necesita papeles para serlo) deberían llamarlos "sin nombre". Porque nunca tienen nombre, sólo son un número.

La verdad es que me estoy llendo por los Cerros de Úbeda...

Esta entrada, en su origen, quería hablar de la diferencia entre Antonia y yo. Yo decidí cambiar mi nombre por diferenciarme, voluntariamente. Ella ha tenido que cambiarlo para ser aceptada, a la fuerza.

Comments (1)

On 28 de septiembre de 2009, 21:39 , Barbara dijo...

Bueno, eso es relativo. Es verdad que los rumanos tienen mala fama, pero tambien es cierto que por mucho que se cambie el nombre, no va a cambiar quien es ni de donde procede. Yo tengo un conocido bielorruso que se llama Pavel. Algunas personas le llaman Pablo, pero por facilidad no por "parecer de aquí"

 
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