Si cerraba los ojos, aun era capaz de recordar cómo era; diminutas estrellas estropeando la inmensidad de un cielo enlutado, y a lo lejos, el rumor del mar luchando con el viento, y el frío colándose por los jirones de la ropa y de los sueños, robando las esperanzas, casi perdidas, de volver... Y el amanecer, que como un cruel enemigo le devolvía su mañana, amenazante, lentamente, cruel, extraño, ajeno, propio…
Y un sueño: el viento no luchaba contra el mar, sino que lo elevaba. Y el mar no gritaba enardecido durante la batalla, sino que le arrullaba. Y el sol, que se llevaba el frío y le devolvía la esperanza. Y el cielo, que no esparció estrellas, sino lágrimas que le mojaron la piel, llevándose con ellas la amargura,
Pero sólo pudo haber sido eso, un sueño, un cruel y estúpido sueño, porque aun podía sentir el inmenso cielo cubriéndolo cada noche, y el viento erizándole el vello del cuerpo, y el mar limpiando unas lágrimas, que ya no sabía ni suyas.
Un sueño, un cruel y estúpido sueño…
Pero al abrir los ojos, ya no quedaba nada. Sólo un mar en calma y la agonía de una libertad jamás alcanzada.
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