Vuelvo a intentar escribir relatillos.

A la gente no le gusta la Navidad. Les obliga a ponerse una máscara que oculte su verdadero ser. Tampoco saben muy bien que les lleva a hacerlo, pero todos los años, cuando los anuncios de perfume se adueñan de la parrilla televisiva, la gente desempolva sus mejores sonrisas y un alma cándida que esconden cómo algo vergonzoso. Es entonces  bajo las luces de Navidad, cómo estrellas artificiales de un imaginario portal de Belén, cuando se permiten fijarse en el mundo que les rodea: deslizan alguna moneda en las manos del indigente que pide junto a la puerta de la cafetería, le hacen una carantoña al niño que lloriquea en la cola del supermercado y sonríen. Quizás de una forma falsa y caduca, pero no se les puede culpar, al fin y al cabo no están acostumbrados.

Afortunadamente, esta máscara tiene fecha de caducidad y cae tan pronto cómo las tiendas de ropa cambian sus cárteles de Feliz Navidad por otros más prosaicos y mejor considerados, esos que ponen “Rebajas”. Entonces, el indigente pasa a ser un vago borracho, el niño un ser malcriado que no debería salir de casa y la extraña mueca que hacían pasar por sonrisa se convierte en un comentario del tipo “ese jersey lo he cogido yo antes”.

christmas star
Foto de By brockvicky con licencia de CC en Flickr

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